El vino no es solo bebida nacional: es identidad, paisaje, cultura. Y para los viajeros argentinos que buscan experiencias con aroma a barrica y sabor a terruño, el país ofrece mucho más que etiquetas famosas. Hay destinos donde el vino se bebe, se respira y se vive.
Mendoza, claro, es el corazón. Con más de mil bodegas, es la capital vitivinícola de Sudamérica. En Luján de Cuyo, Maipú y el Valle de Uco, se combinan viñedos de altura, arquitectura de vanguardia y gastronomía de autor. Allí, el Malbec encuentra su templo, y el viajero, su ritual.
Pero hay más. San Juan, con su sol eterno y sus vinos intensos, ofrece una ruta menos transitada pero igual de encantadora. En Valle de Pedernal y Calingasta, se producen tintos de gran personalidad, y las bodegas boutique reciben con calidez y paisaje.
Salta, en el norte, sorprende con sus vinos de altura. En Cafayate, a más de 1.700 metros sobre el nivel del mar, el Torrontés se vuelve perfume y frescura. Las bodegas se mezclan con cerros colorados, y el viaje se vuelve postal.
Patagonia también tiene lo suyo. En Neuquén y Río Negro, el Pinot Noir y el Merlot encuentran clima frío y suelo noble. San Patricio del Chañar y General Roca son destinos ideales para quienes buscan vinos elegantes y paisajes de estepa.
Y ahora, las sorpresas que valen el viaje:
La Rioja, con su historia colonial y su sol generoso, produce vinos que merecen más atención. En Chilecito y Famatina, hay bodegas que combinan tradición y modernidad, con varietales como Bonarda y Syrah que seducen al paladar.
Entre Ríos, con su renacimiento vitivinícola, ofrece experiencias distintas. En Colón y Villa Elisa, pequeñas bodegas familiares están recuperando cepas criollas y creando vinos honestos, frescos y con fuerte identidad local.
Y en el corazón de los Valles Calchaquíes, emerge una joya silenciosa: la Ruta del Vino en Altura de Tucumán. Con más de 11 bodegas activas, esta ruta atraviesa paisajes de ensueño entre Amaicha del Valle, Colalao del Valle y El Bañado, donde se producen vinos de altura con carácter único. Allí, el Malbec, el Cabernet Sauvignon y el Torrontés se expresan con fuerza, y las bodegas ofrecen no solo degustaciones, sino también servicios turísticos, visitas guiadas, gastronomía regional y alojamiento boutique. Es una experiencia que combina cultura ancestral, hospitalidad norteña y excelencia enológica.
Viajar por Argentina con el vino como brújula es descubrir que cada copa tiene un paisaje, una historia y una emoción. Porque el vino no solo se bebe: se escucha, se huele, se recuerda. Y si el plan es brindar, que sea con el país como escenario.